El golpe civil-militar producido en Honduras, delata una rearticulación, no sólo de las oligarquías latinoamericanas, sino del propio poder norteamericano. También delata el carácter colonial de un Estado, en cuyo interior se origina una sedición –pues no sólo se trata de un golpe militar sino congresal, judicial y electoral– contra un gobierno legítimo y contra el propio pueblo, al cual, en definitiva, golpea.
La aventura que, ahora, busca la “negociación”, como modo de legitimar un acto de sedición, no es tan desesperada como se cree. Tampoco pareciera tratarse sólo de un ensayo desvariado. Lo que empieza a cobrar cuerpo es el renacimiento de una geopolítica de la distensión. En sus dos sentidos, se trata tanto de dislocar como de aflojar: se pretende dislocar una posible consolidación centroamericana del ALBA y de aflojar la fuerza, mediante la amenaza, de gobiernos democráticos de la región. Es decir, lo que interesa al Pentágono no es el golpe en sí, sino el calibre de la respuesta que pueda ofrecer un bloque conjunto del sur.
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La aventura que, ahora, busca la “negociación”, como modo de legitimar un acto de sedición, no es tan desesperada como se cree. Tampoco pareciera tratarse sólo de un ensayo desvariado. Lo que empieza a cobrar cuerpo es el renacimiento de una geopolítica de la distensión. En sus dos sentidos, se trata tanto de dislocar como de aflojar: se pretende dislocar una posible consolidación centroamericana del ALBA y de aflojar la fuerza, mediante la amenaza, de gobiernos democráticos de la región. Es decir, lo que interesa al Pentágono no es el golpe en sí, sino el calibre de la respuesta que pueda ofrecer un bloque conjunto del sur.