“Que en celda me encierren, que con siete llaves la puerta me cierren, que junto a la puerta pongan un lebrel, carcelero rudo, carcelero fiel”. Así escribió la talentosa escritora uruguaya Juana de Ibarbourou en algo similar a un canto a sus manos florecidas de rosas tras el beso de su amante.
Hoy solamente plagio las cuatro palabras que dan inicio al bello poema “El dulce milagro” (perdón por la osadía, admirada Juana), pero corro el riesgo de que me digan loca cada vez que me opongo, y lo manifiesto, a alguna de las atrocidades en las que incurre o en lo que declara el titular del actual gobierno federal.
No es necesario hurgar por allí en diarios y revistas, o escuchar a comentaristas de radio y de televisión, afines o contrarios a la “formación” política del señor que “ostenta”, gracias a un inobjetable fraude, el elevado cargo; saltan por doquier sus opiniones, sus “juicios”, sus descalificaciones descabelladas e inconsistentes, sobre todo hacia lo más bello y limpio de la población: la juventud… A todos los jóvenes les endilga calificativos que los ubican fuera de lo que él considera correcto, que tiene que ver con “sus” creencias, que según las leyes son respetables, pero no tiene por qué querer obligar a que todos las adoptemos y pensemos como él.
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Hoy solamente plagio las cuatro palabras que dan inicio al bello poema “El dulce milagro” (perdón por la osadía, admirada Juana), pero corro el riesgo de que me digan loca cada vez que me opongo, y lo manifiesto, a alguna de las atrocidades en las que incurre o en lo que declara el titular del actual gobierno federal.
No es necesario hurgar por allí en diarios y revistas, o escuchar a comentaristas de radio y de televisión, afines o contrarios a la “formación” política del señor que “ostenta”, gracias a un inobjetable fraude, el elevado cargo; saltan por doquier sus opiniones, sus “juicios”, sus descalificaciones descabelladas e inconsistentes, sobre todo hacia lo más bello y limpio de la población: la juventud… A todos los jóvenes les endilga calificativos que los ubican fuera de lo que él considera correcto, que tiene que ver con “sus” creencias, que según las leyes son respetables, pero no tiene por qué querer obligar a que todos las adoptemos y pensemos como él.