La matanza de 16 adolescentes y dos adultos en un barrio de Ciudad Juárez en el transcurso de su fiesta, ha sacudido al país, provocando un brote amplísimo de indignación moral ya inusual a propósito de los asesinatos del narcotráfico. Los 21 o 30 victimados diariamente han amortiguado la sensibilidad social, disminuyéndola las más de las veces al orden de los comentarios resignados. Esto no sin excepciones: el asombro genuino ante la matanza de 24 albañiles jóvenes cuyos cuerpos se encontraron por el rumbo de La Marquesa, y las dos incursiones fatídicas en Centros de Rehabilitación Juvenil, también en Ciudad Juárez. Sin embargo, ningún acontecimiento ha alcanzado las resonancias como el de los adolescentes acribillados en la fiesta. No sólo intervienen las sensaciones generalizadas de indefensión, ni el miedo legítimo ante la canallez interminable del “otro Estado”; también ha sido decisivo la compasión en el sentido original de padecer con otros, junto a otros. Esto, por desdicha, no se advierte en las reacciones del poder federal. |