viernes, julio 02, 2010
odo un caldo de cultivo: cacicazgos que no acaban pero cambian de nombre, una revolución hace 100 años cuyas consignas se establecieron en papel más no completamente en la realidad, un gobierno de origen ilegítimo cuya retorcida estrategia para consolidarse pasa por llevar la ley de las armas y la cancelación de derechos humanos y por último, una delincuencia organizada en pleno auge gracias a la demanda del mercado gringo y el tráfico de armas.
En esta columna se ha sostenido que una elección no puede ser democrática con estos niveles de violencia en la vida política y cuidadana. Ahora se confirma esta hipótesis con la muerte del candidato a gobernador de Tamaulipas. Lo que procede ahora es la venta política del cadáver. El gobierno federal intentará resaltar la “importancia” de su guerra (que ya no quiere llamar guerra), el PRI se convertirá en el mártir de la guerra y seguirá recordándole a Calderón –a través de Bety la Dinosauria– de los favores que hicieron en 2006 al legitimar una elección más sucia que las manos del candidato decretado ganador. Vaya suerte la del PRI que, teniendo en difusión grabaciones de sus inmorales gobernadores, pasa de agresor a mártir en unos cuantos tiros.
La verdad de las cosas es que este clima de violencia no es una casualidad, y la culminación de éste no fue precisamente el asesinato del candidato en Tamaulipas. Ya se nos había nombrado Estado fallido, ya ocupábamos los primeros lugares en el mundo en cuanto a asesinatos de periodistas, ya se habían mudado de sus lugares de gestión algunos presidentes municipales, ya se habían gastado miles de millones de dólares en inteligencia y armas… ya teníamos mercenarios operando junto a nuestras policías. Vaya, ya hasta el secretario de Gobernación insultó a los organismos de derechos humanos, y eso que ellos solamente hacen recomendaciones no vinculantes.
El resultado: inmovilidad ciudadana, escandalización y, a más largo plazo, indolencia. Las portadas de todos los periódicos parecen de prensa amarillista y cada vez nos acostumbramos más a las imágenes sangrientas que día a día nos regala la dichosa guerra. Era sólo cuestión de tiempo –o sea, que se atravesaran elecciones importantes– para que esta situación permeara de manera más vistosa en la vida democrática del país.
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En esta columna se ha sostenido que una elección no puede ser democrática con estos niveles de violencia en la vida política y cuidadana. Ahora se confirma esta hipótesis con la muerte del candidato a gobernador de Tamaulipas. Lo que procede ahora es la venta política del cadáver. El gobierno federal intentará resaltar la “importancia” de su guerra (que ya no quiere llamar guerra), el PRI se convertirá en el mártir de la guerra y seguirá recordándole a Calderón –a través de Bety la Dinosauria– de los favores que hicieron en 2006 al legitimar una elección más sucia que las manos del candidato decretado ganador. Vaya suerte la del PRI que, teniendo en difusión grabaciones de sus inmorales gobernadores, pasa de agresor a mártir en unos cuantos tiros.
La verdad de las cosas es que este clima de violencia no es una casualidad, y la culminación de éste no fue precisamente el asesinato del candidato en Tamaulipas. Ya se nos había nombrado Estado fallido, ya ocupábamos los primeros lugares en el mundo en cuanto a asesinatos de periodistas, ya se habían mudado de sus lugares de gestión algunos presidentes municipales, ya se habían gastado miles de millones de dólares en inteligencia y armas… ya teníamos mercenarios operando junto a nuestras policías. Vaya, ya hasta el secretario de Gobernación insultó a los organismos de derechos humanos, y eso que ellos solamente hacen recomendaciones no vinculantes.
El resultado: inmovilidad ciudadana, escandalización y, a más largo plazo, indolencia. Las portadas de todos los periódicos parecen de prensa amarillista y cada vez nos acostumbramos más a las imágenes sangrientas que día a día nos regala la dichosa guerra. Era sólo cuestión de tiempo –o sea, que se atravesaran elecciones importantes– para que esta situación permeara de manera más vistosa en la vida democrática del país.