domingo, 12 de octubre de 2008

Economía, ficción y guerra

Fernando Worbis Alonzo
El miedo a la realidad

Monetaristas y aprendices de la ciencia de la Economía que virtualmente habían, hasta hace poco, descartado que nos encontráramos en el umbral de una recesión global provocada por la, esta vez sin adjetivos, administración norteamericana y que decían, sincera o de manera fingida, que los efectos del colapso de su sistema financiero encontraría una rápida solución cuando se aprobara el programa de rescate de los 700 mil millones de dólares, se han quedado pasmados ante su equívoco y no buscan a qué o a quién echarle la culpa de su fracasado pronóstico.
Ha sido la tardanza de los congresistas en aprobar la medida -dicen algunos, acostumbrados a culpabilizar a los legisladores de todas la calamidades; ha sido la pérdida de la confianza, el miedo a la recesión -dicen otros, empeñados en buscar en los procesos subjetivos la explicación de todos los fenómenos, cualquiera que sea su naturaleza. Y su primera reacción ante lo que para ellos resulta desconocido, es similar a la del fanático, pues consiste en renovar su fe en las “libres” fuerzas del mercado y, compungidos le apuestan, ante lo inevitable, a la resignación, proclamando: que las crisis no son malas; que el viejo Marx tenía razón porque nadie puede abolir el ciclo económico, y que la recesión tiene una misión eminentemente profiláctica.
Partidarios de la autorregulación se muestran muy sorprendidos de que los consorcios financieros continúen especulando en las bolsas; que los banqueros y directores de las instituciones financieras privadas hayan sacado, en Norteamérica, pingües ganancias del manejo virtual de los créditos hipotecarios para pobres, vendiéndolos luego de autocalificarlos como altamente redituables; y aceptan y pregonan que la crisis comenzó cuando el más pobre de todos los pobres estadounidenses no pudo cubrir la primera mensualidad de su crédito hipotecario. Valiente construcción artificial para distraer la atención de los verdaderos delincuentes, culpabilizando a los pobres.
Porque aquello no alcanzaría para explicar la metástasis de sismo estadounidense a lo largo y ancho de toda la economía mundial, incluyendo las más sólidas como la europea, que ha tenido que tomar medidas en conjunto –destrabar el tope del 3% del PIB para el déficit presupuestal-, abandonando su propensión inicial de dejar a cada país a cargo de su programa particular de contención, de una crisis para la cual la interrelación globalizada de los mercados resulta una explicación tan obvia como superficial.
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