domingo, 16 de noviembre de 2008

EL PRI Y EL SINDROME DE ESTOCOLMO



Jorge Zepeda Paterson
Rehilete
16 de noviembre de 2008
El PRI y el síndrome de Estocolmo



No importa qué hagamos o qué suceda, el PRI sigue allí. Los gobiernos de alternancia han provocado lo que parecía imposible en el 2000: que alguna vez llegásemos a extrañar al antiguo régimen. Lo cierto es que los sondeos pronostican un triunfo aparentemente inevitable por parte del tricolor en los comicios de 2009 para la renovación del Congreso. Y de seguir las cosas así, la campaña presidencial para el 2012 será un paseíllo para Enrique Peña Nieto y su novia.
La mayor tragedia de la primavera democrática que el país vivió en el 2000 cuando el voto puso fin a 70 años de partido único, es que nuestro Obama se llamó Fox. La derrota del tricolor generó oleadas de esperanza hace ocho años, incluso entre los que votaron por el PRI. Entre sorprendido e ilusionado, el país entendió que entraba en zonas inéditas de la historia. Un poco como ahora los norteamericanos se sienten con respecto al triunfo de Obama. Pero el extraordinario candidato que había sido Fox se convirtió en un presidente frívolo y acomodaticio, interesado únicamente en disfrutar su arribo a la cúspide. El foxista no sólo fue un sexenio perdido, representó, además, una extraordinaria oportunidad histórica desperdiciada.
El caso de Felipe Calderón es distinto. A mi juicio ha cometido errores pero a diferencia de Fox nadie puede escatimarle el hecho de haberlo intentado. Incluso a costa de amenazas personales y una fatiga crónica cada vez más perceptible. La pregunta de fondo es si realmente ha tenido oportunidades. Fox hizo mucho más que dilapidar el bono democrático. Calderón entró a Los Pinos con un patrimonio político en números rojos y muy escasos márgenes de maniobra. No es un logro menor haber obtenido las reformas (así sean tibias) con tan escasos recursos. Pero la inseguridad pública y la crisis económica internacional han consumido el precario capital político que con muchos trabajos y no pocos altibajos Calderón había podido acumular.

Ante la incapacidad del gobierno panista para ofrecer respuestas, muchos extrañan a los priístas porque “al menos tenían oficio político”. Un empresario afirma que los panistas tampoco resultaron honestos: simplemente ahora “las mordidas” son más altas porque son “más honrados”. Las elecciones del domingo pasado en San Luis Potosí, casi otro carro completo para el PRI, confirman lo que parece ser una inexorable cadena de triunfos regionales que conduce a la entrega final del poder.

¿Qué hemos hecho los mexicanos para merecer lo que parece una regresión política? ¿Qué hemos dejado de hacer? Desde luego, Fox no fue Obama y eso es parte de la explicación. El cambio, o la ausencia de cambio, no han ofrecido muchos deseos de seguir experimentando. Por su parte, la opción lopezobradorista les parece a muchos un salto al vacío (por razones que escapan a este espacio).

Los triunfos del PRI llevan a pensar que, ante la incertidumbre, los mexicanos optan por un pasado maquillado, por la nostalgia distorsionada. Una especie de síndrome de Estocolmo colectivo: los antiguos victimarios ya no parecen tan malos. Y ni siquiera se trata de un PRI renovado. Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, los jefes del Congreso, no son precisamente prototipos de un renacimiento. Peña Nieto arrasa sin siquiera tener que exponer ideas nuevas o prometer una plataforma de cambio. Puntea sólo porque difunde spots en los que aparece haciendo lo mismo que los presidentes del viejo régimen: inaugurar obras y presidir mítines.

Ninguna sociedad ha progresado pensando que más vale malo por conocido que bueno por conocer. Y sin embargo, todo indica que el país ha comenzado a inclinarse en esa dirección.