Luis Linares Zapata
Inmerso en un deseo de trascender al mundo de la política hemisférica y hasta global, el señor Calderón se lanzó canturreando al foro de Davos, Suiza. Quiso poner ahí su indeleble marca personal y lo logró. Fue un verdadero salto al vacío que aterrizó en una reunión plagada de fracasos y cadáveres. Lo primero de ideas y lo segundo de luminarias: unas, porque no asistieron a tan sonada cita, y otras, porque ya son estrellas en extinción. Pero el señor Calderón, y la banda de resonancia que lo acompañó, no calibraron ni entendieron tanto la sustancia como el envoltorio que condicionaba dicho foro. Ahí se juntaron, durante largos y frívolos años de frenesí expoliador, todos aquellos que ahora son señalados, con sobradas razones, como los culpables directos de la crisis planetaria en proceso. El ocaso de un modelo diseñado para conservar y agrandar privilegios y la inequidad.
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