El pulque es la bebida de los pobres, señala el veterano monero
Dos bebedores y conocedores del néctar de los dioses, Corina Salazar y Eduardo del Río, Rius, presentan la obra Somos hijos del maguey. Vida, pasión ¿y muerte? del pulque, uno de los acercamientos más pormenorizados al universo de esta bebida mexicana y a su vasta carga cultural.
Tlachique, tlachicotón, neutle, gis, caldo, baba de oso, cara blanca, babadrai, agua de las matas verdes, néctar de los dioses… Uf, ¿cuántas denominaciones —en paralelo a sus efectos— tendrá ese líquido blanquecino proveniente de la fermentación natural de la savia del maguey?
El pulque, espesura, graduación de alcohol, dulzura, acidez y sabores varios: bebida ancestral, para algunos sucia, mientras que para otros sagrada. Y que en su mismo desdoblamiento (Octavio Paz la ubicó al lado del mezcal para explicarse la dualidad del mexicano) contiene atributos afrodisiacos, nutrimentales, sagrados, medicinales, inspiradores, entre muchos más.
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