Lydia Cacho
Plan B
Desde que era pequeña mi abuelo paterno, que era un militar conservador, gustaba de que su hermana, la tía Eloína, nos llevara a pasear en el Castillo de Chapultepec. Confieso que era maravilloso escuchar las anécdotas de la tía abuela sobre los niños héroes. En aquellos tiempos, hace por lo menos tres décadas, imaginaba a los cadetes enrollados en la bandera lanzándose al vacío para defender a una patria llamada México.
Muchos años después resulta mucho más difícil imaginarme a Felipe Calderón embalsamado en el lábaro patrio por las declaraciones del gobierno estadounidense sobre la corrupción mexicana y la infame guerra contra el narcotráfico.
Los que se enroscan en la bandera por las declaraciones sobre corrupción mexicana se equivocan. Nadie ha dicho que el gobierno estadounidense sea moralmente superior al mexicano; basta decir Bush para entenderlo. Lo que sí digo es que México le pidió al vecino yanqui un préstamo multimillonario llamado Plan Mérida, para entrar a una guerra cuyo cuartel son nuestras calles, los barrios en los que caminamos las mujeres, en los que circulan los niños y niñas que van a la escuela. La guerra contra el narco no se da en espacios aislados, sino en el país entero; en el nuestro, donde las mujeres y hombres hemos aprendido a fuerza de sufrimiento y responsabilidad a reclamar nuestra voz y nuestro voto.
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