Adolfo Sánchez Rebolledo
Ya es un lugar común describir el mundo sindical como el último reducto del viejo autoritarismo. La democracia, se dice, se detiene a las puertas del sindicato, con todas las implicaciones políticas y sociales que pudieran derivarse. Pero los críticos de la nueva hornada liberal no acaban de explicarnos cómo y por qué esos líderes anacrónicos sobreviven, sin que los aires de la alternancia democrática alteren su presencia. Al contrario, doña Esther se renueva a la sombra del presidente Calderón y al inefable Gamboa Pascoe en plena decrepitud se le concede el derecho a la genuflexión, un gesto de sabor añejo pero muy actual. Una vez más, las alianzas pragmáticas del poder se superponen a los discursos falsamente renovadores y la simulación florece en el reino de los gesticuladores. La ética exige poner fin al "monopolio" sindical, aunque en este nuevo mantra del democratismo sin adjetivos subsisten algunos supuestos objetables.
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