A seis días de anunciada la emergencia sanitaria por el surgimiento de un nuevo virus de influenza, el gobierno federal se empeña en compensar por medio de discursos tranquilizadores y casi triunfalistas la imprevisión, la desorganización y la impericia con la que ha hecho frente a la crisis epidémica. A las indicaciones y contraindicaciones sobre medidas de prevención elemental como el uso de cubrebocas, a la ligereza en el manejo en las cifras de muertes –que, en boca del secretario de Salud federal, José Ángel Córdova Villalobos, disminuyeron de 29 a ocho– y a las colisiones declarativas entre los más altos funcionarios, ha de sumarse la marginación regular, por parte de los funcionarios federales, de la prensa escrita, y el improcedente favoritismo a los medios electrónicos, en lo que constituye una preocupante muestra de incomprensión en torno al funcionamiento complementario de la primera y de los segundos, especialmente en circunstancias críticas como la presente.
El manejo informativo deficiente contribuye a alimentar rumores, desorienta, desalienta y dificulta, en última instancia, la contención de la epidemia. Con todo, en el desempeño gubernamental hay problemas mucho más graves. Por ejemplo, poco a poco han ido saliendo a la luz pública historias sobre la indolencia, el descuido y hasta el maltrato que han sufrido en hospitales del sector salud, en días pasados, pacientes afectados por el nuevo virus, en algunos casos con consecuencias fatales. Tales episodios, narrados a diversos medios informativos por familiares de los enfermos o de los fallecidos, tendrían que ser investigados a fondo y, en su caso, admitidos y sancionados.
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