Detrás de la Noticia
30 de abril de 2009
De todos los miedos, el miedo: a la muerte. Que es el que corre más rápido: de cubreboca a cubreboca; de unos ojos a otros en los altos del semáforo; que está presente en todas las pantallas de televisión; que viaja veloz por la red; que se escucha machaconamente en la radio, porque ya nadie habla de otra cosa y que se hace pánico en las miradas del elevador si a alguien se le ocurre toser o, peor aún, estornudar.
El miedo está ya en todas partes. Y se ha hecho imágenes inéditas: una ciudad tan desolada, tan encerrada en sus casas, que se extrañan los automóviles en calles y avenidas; el virus del miedo se materializa en el silencio de los estadios, en el vacío de los restaurantes y en la nada de los foros de la música y el teatro ahora mudos.
Un miedo tan grande que ya no cupo aquí adentro. Y voló más allá de nuestras fronteras y los límites de la razón: Cuba y Argentina no quieren saber nada de nosotros y suspendieron todo contacto aéreo; en Chile fumigan a las Chivas antes y después del partido y la gente les saca la vuelta en las calles; en Londres, al joven Vela —que de por sí no jugaba— lo encierran en su casa para que no los contagie; de Europa y Estados Unidos recomiendan de plano no venir. Y un círculo de repudio nos empieza a aislar del mundo. Lo dicho: apestados.
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