Como siempre, pero quizá hoy de modo más transparente, en el tiempo de la desconfianza al aparato judicial, la Historia, esa deidad antigua, inacabable y omnipresente, es el eje de las súplicas y las esperanzas de absolución. Las frases de otros siglos resuenan con énfasis distinto pero con la misma enjundia: “Espero tranquilo el juicio de la Historia./ A nada temo porque la Historia está de mi lado./ La Historia me absolverá./ Ustedes, jauría mediática, no me intimidan en lo mínimo. A mi lado está, con su mirada que traspasa las generaciones, la Historia”.
Por supuesto, la Historia aludida es distinta, ya no la de los revolucionarios franceses o mexicanos; ya no la de Julius Fucik en Reportaje al pie de la horca; ya no la de los condenados a muerte Sacco y Vanzetti, sentenciados por su doble condición de italianos y anarquistas; ya no la de Felipe Carrillo Puerto ejecutado por el odio de “la casta divina”. No, ahora los encargados de soltar la frase “Aguardo en mi residencia el juicio de la Historia” son otros y su firmeza y entereza me dan oportunidad de ubicarlos en su pose escultórica de patricios.
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