Mientras los gobiernos derechistas (panistas, priístas y uno que otro llevado al poder por los votos de la izquierda) se revuelcan en el lodazal de la ineptitud, la imprevisión y la más rampante corrupción, el movimiento ciudadano lopezobradorista, por voz de su líder, refrenda que sigue fiel a la institucionalidad de la República, que respeta la legalidad, por la cual sigue dando mil batallas, y que sigue consciente de que el voto ciudadano es aún la vía para cambiar la vida pública. Mucho se han esforzado las derechas para hacer ver ante la opinión pública a López Obrador como un resentido y un subversor del orden institucional. Aquello de "¡Al diablo con sus instituciones!" fue un regalo que no han desaprovechado en ningún momento.
El camino elegido por López Obrador para levantar y sostener este gran movimiento cívico está todo sustentado en la fidelidad a las instituciones y al derecho vigente en este país. La vía pacífica para transformar una sociedad injusta está siempre presente en sus discursos y, por supuesto, nadie podría esperar que él anduviera cachondeando a los políticos corruptos que nos gobiernan ni ocultando las pillerías de toda laya que redundan en la ruina de nuestra economía, de la moral pública e, incluso, de la salud de la sociedad, como se ha visto ahora. Por supuesto que, en este último respecto, dijo que había un mal del que se estaba dando una imagen exagerada y desinformada. No negó que el mal existiera, sólo dijo que ni los mismos gobernantes sabían de qué se trataba, lo que está siendo muy bien documentado aquí y en el extranjero.
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