Extraviados en una transición que sólo los optimistas pueden calificar de inconclusa, los actores del drama político se regodean en el escándalo cotidiano y de la mano con los mandarines de la conducción económica prefieren imaginar que lo peor ya pasó. Para el resto de la sociedad esta andanada de optimismo ramplón no suena sino a escarnio, mientras la burla que acompaña al escándalo del día se ensaña contra la sensibilidad de los más débiles carentes de voz, pero renuentes a admitir que se siga hablando por ellos impunemente.
La fase final del viejo régimen, que amenazaba con eternizarse y volverse zombi voraz y depredador de hombres e instituciones por igual, se asoma con la peor de sus caras: el cinismo que se engrandece con la impunidad que justifica todo lo demás y apela a la razón de un Estado que carece de ella. Las confesiones de un ex presidente sirven para inhabilitarlo y el mensajero acaba reo de ¡corrupción de mayores!
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