La renombrada intelectual y escritora Ayn Rand señaló hace algunos años:
“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por la influencia más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”.
Por las razones mencionadas, debemos recordar que la única y auténtica epidemia permanente que ha sufrido este país desde tiempo inmemorial ha sido la cleptomanía política, que ha formado parte integral de la vida pública nacional, permeando con sus nocivos efectos a toda la comunidad incluyendo al ámbito privado empresarial, sin que exista territorio inmune a esta compulsión irrefrenable por el robo en todas sus advocaciones.
Lo anterior se comprueba con las estadísticas criminológicas (ICESI, 2004) que nos indican que el delito de robo en todas sus variantes ocupa 90% del espectro delictivo del país, alcanzando una cantidad cercana a 8 millones de ilícitos anualmente, de los cuales a su vez 90% de ellos no llega a un valor de 8 mil pesos en cada caso y sus víctimas se ubican en los niveles económicos más desprotegidos.
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