Rolando Cordera Campos
Ante la tragedia inaudita uno quisiera parar el tiempo y pedir para todos una pausa para meditar y poner las cosas, si no en orden, por lo menos en perspectiva. ¿Qué y cuándo nos pasó? ¿Por qué tanta destrucción? ¿Por dónde intentar un reinicio?
Hablamos aquí, desde luego, de la muerte de los niños de Hermosillo pero también, inevitablemente, de un Estado que renunció a sus deberes elementales, se desafanó de sus compromisos fundacionales con la justicia social, se desprendió de la ambición compartida con muchos grupos y personas de hacer de México un lugar habitable por su seguridad y bienestar
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