Es creciente la queja sobre la desorganización de la política: el nulo nivel de la discusión y las propuestas, la desaparición de los liderazgos y personalidades, el espectáculo de la política como prolongación de los intereses de los negociantes. Sí, la política que abandona sus funciones primarias y se limita a simple “consejo de administración empresarial”.
Por eso es que se interpreta como estancada la “transición a la democracia”, que no es sólo una cuestión de eventual alternancia sino lo más importante: ¿a quién sirve la política? ¿Se hace en nombre de qué beneficiarios o intereses? Si no se responden estas preguntas la vida política asume una niebla impenetrable: por cierto, no sólo en México sino en prácticamente todos los países del mundo. La democracia, como se concibió en sus orígenes, ha sido traicionada y negada. La acción para el bien público se ha convertido en su contrario: la manipulación para el beneficio privado, para una mayor concentración de la riqueza, para el provecho de los pocos. Si se asume esta evidencia los desbarajustes políticos que repudiamos (inclusive la corrupción y los delitos), se explican de manera transparente.
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