Jaime Martínez Veloz
Existe irritación contra la clase política mexicana en amplios segmentos de la sociedad mexicana. Fundados motivos se tienen para desconfiar de quienes nos gobiernan.
La concentración del poder en las burocracias de los partidos grandes y chicos, la banalización del debate nacional y los magros resultados en todas las materias de la vida pública, han abonado para la creación del mayor descrédito que se tenga memoria de la llamada clase política mexicana, en especial de los legisladores y dirigentes partidarios, pero también es imposible soslayar la agresiva campaña por descalificar al Poder Legislativo, sobre todo en los tiempos en que se han sometido a la consideración del Congreso de la Unión iniciativas de ley con afanes privatizadores o relacionadas con el control de los medios electrónicos.
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