Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F, 17 de agosto (apro).- Parafraseando a Carlos Monsiváis, a los obispos de la Iglesia Católica mexicana les está sucediendo algo que nunca previeron: o no entienden lo que está pasando o ya pasó lo que habían entendido. Hace dos décadas era inimaginable en un país de fuerte tradición católica que existiera una discusión como la que se dio en estos días en la Suprema Corte de Justicia de la Nación para avalar la constitucionalidad de las parejas del mismo sexo, de sus derechos similares a los del contrato matrimonial y de la posibilidad de adoptar hijos.
Ante la contundente derrota jurídica –ayer nueve de los 11 ministros respaldaron la constitucionalidad de la adopción por parte de matrimonios lésbicos o gays--, la reacción de los obispos fue furibunda. No defienden sus creencias, sino exhiben sus prejuicios. No muestran caridad alguna, sino una homofobia cerril. No argumentan, simplemente acusan sin prueba alguna. No tratan de convencer, sino de intimidar con un infierno que sólo existe en su mala conciencia.
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Ante la contundente derrota jurídica –ayer nueve de los 11 ministros respaldaron la constitucionalidad de la adopción por parte de matrimonios lésbicos o gays--, la reacción de los obispos fue furibunda. No defienden sus creencias, sino exhiben sus prejuicios. No muestran caridad alguna, sino una homofobia cerril. No argumentan, simplemente acusan sin prueba alguna. No tratan de convencer, sino de intimidar con un infierno que sólo existe en su mala conciencia.