La indefinición en la construcción de la Refinería Bicentenario detona el conflicto entre los ejidatarios, quienes fueron persuadidos para vender sus tierras para materializar el proyecto energético de Felipe Calderón: se les imbuyó la idea de que serían contratistas de Pemex y a ello destinaron sus recursos. Hoy no tienen tierra ni empleo, mientras su capital fue invertido en maquinaria sin uso
Atitalaquia, Hidalgo. En junio de 2009, levantaron la última cosecha, la del tiempo de aguas que es la mejor del año: frijol, trigo, avena, cebada, calabacita, tomate, chile verde, nabo y alfalfa. Luego, los campesinos del polígono que forman Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula fueron persuadidos de vender sus tierras para la Refinería Bicentenario a cambio de convertirse en contratistas y franquicitarios de Petróleos Mexicanos (Pemex), el sueño de cualquier empresario.
Ellos nada saben de licitaciones ni de la normatividad en las contrataciones que hace el gobierno, y nadie les informó que, por ley, la obra deberá someterse a concurso, donde las compañías prueben su capacidad técnica, experiencia y respaldo económico. Ellos sólo saben que les prometieron trabajo inmediato, excavando, acarreando, nivelando, levantando ladrillo a ladrillo la nueva refinería. De manera que en cuanto recibieron el pago por sus tierras, ultimaron la compra de camiones de volteo, excavadoras, grúas y trascavos con los que las concesionarias los engancharon cuando aún se discutía el precio de los ejidos.
Les dijeron también que sus hijos ingresarían a Pemex, donde el salario más bajo ronda los 10 mil pesos mensuales, muy tentador para la región donde el sueldo del 61 por ciento de la población económicamente activa (PEA) no rebasa los dos salarios mínimos. Y quien quisiera incluso podría instalar su propia gasolinería. Un promisorio futuro en un Hidalgo que ocupa el quinto lugar de marginación del país.
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Atitalaquia, Hidalgo. En junio de 2009, levantaron la última cosecha, la del tiempo de aguas que es la mejor del año: frijol, trigo, avena, cebada, calabacita, tomate, chile verde, nabo y alfalfa. Luego, los campesinos del polígono que forman Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula fueron persuadidos de vender sus tierras para la Refinería Bicentenario a cambio de convertirse en contratistas y franquicitarios de Petróleos Mexicanos (Pemex), el sueño de cualquier empresario.
Ellos nada saben de licitaciones ni de la normatividad en las contrataciones que hace el gobierno, y nadie les informó que, por ley, la obra deberá someterse a concurso, donde las compañías prueben su capacidad técnica, experiencia y respaldo económico. Ellos sólo saben que les prometieron trabajo inmediato, excavando, acarreando, nivelando, levantando ladrillo a ladrillo la nueva refinería. De manera que en cuanto recibieron el pago por sus tierras, ultimaron la compra de camiones de volteo, excavadoras, grúas y trascavos con los que las concesionarias los engancharon cuando aún se discutía el precio de los ejidos.
Les dijeron también que sus hijos ingresarían a Pemex, donde el salario más bajo ronda los 10 mil pesos mensuales, muy tentador para la región donde el sueldo del 61 por ciento de la población económicamente activa (PEA) no rebasa los dos salarios mínimos. Y quien quisiera incluso podría instalar su propia gasolinería. Un promisorio futuro en un Hidalgo que ocupa el quinto lugar de marginación del país.