MÉXICO, D.F. (apro).- “¡Josefina, tu historia no termina! ¡Josefina, tu historia no termina!”, gritaban decenas de panistas a Josefina Vázquez Mota, la noche del 1 de julio, en la sede del Partido Acción Nacional (PAN), una vez reconocida su derrota y su tercer lugar.
Esa fue la más reciente ocasión que Vázquez Mota pisó la sede nacional del PAN y es probable que no vuelva a hacerlo jamás. Aunque su historia no termina, como coreaban sus simpatizantes, su futuro podría ser al margen –y aun lejos– de ese partido.
En los hechos, desde esa fecha, Josefina le dijo adiós al PAN, una despedida que también involucra a Felipe Calderón y Gustavo Madero, tan responsables como ella en la peor derrota de ese partido en su historia y que puso fin a dos sexenios infecundos.
Todavía con la adrenalina de la jornada, cuando aún se contaban los votos y ella había reconocido su derrota –algo que dolió a sus simpatizantes que estaban aún en las casillas–, Vázquez Mota deslizó esa noche una crítica sin destinatarios precisos:
“Cada quien tendrá que hacerse una valoración profunda de lo que hizo y de lo que se dejó de hacer. El partido está obligado a reencontrar su origen ciudadano y a transformarse como institución con vocación de gobierno”.
Cuatro días después, el jueves 5 de julio, convocó a “los más de doce millones de mexicanos y a los panistas que me honraron con su voto” a crear “un gran movimiento social” para exigirle al nuevo gobierno un conjunto de reformas a favor de la democracia, de las libertades y de los derechos ciudadanos.
“Está historia no termina. Apenas está por comenzar”, rubricó ese día en un mensaje ante periodistas, que fueron impedidos de preguntar.
Sin embargo, tras ese pronunciamiento y esa convocatoria, Vázquez Mota desapareció. Hasta hoy. Vacacionó casi dos meses en Europa, de donde regresó el 30 de agosto, se sometió a una cirugía de ojos y sólo ha aparecido públicamente dos veces, en fechas fúnebres por la muerte de sus amigos Roberto González Barrera y Alonso Lujambio.
En su más reciente reaparición, en Palacio Nacional, su rostro fue sobrecogedor: angulado, demacrado, rugoso.
Nada más. Inclusive ha dejado sin respuesta la oferta que le hizo Madero –el 19 de julio– para hacerse cargo de la Secretaría de Acción Política, que él aseguró que había aceptado, y ya aclaró internamente que no le interesa la presidencia del PAN.
Vázquez Mota ha declinado, además, multitud de solicitudes de entrevistas y hasta la página de Internet de su campaña, www.josefina.mx, está suspendida.
Aunque un grupo de amigos y excolaboradores le han dicho que es un error su silencio tan prolongado, porque los vacíos se llenan y porque “santo que no es visto no es adorado”, ella ha decidido aprovechar todo el tiempo a recuperarse, física y emocionalmente, del desgaste que implicaron prácticamente 12 años de actividad ininterrumpida, particularmente el año más reciente de precampaña y campaña.
La semana pasada tenía previsto hacer un pronunciamiento público, pero decidió posponerlo hasta la próxima, tras un viaje a Estados Unidos donde, al parecer, está su futuro inmediato: Integrarse a una fundación, una universidad o un organismo internacional.
El alejamiento de Vázquez Mota del PAN, incluyendo la disputa por los mendrugos, ha hecho que prácticamente todos sus colaboradores hayan vuelto a sus antiguas actividades, estén en el desempleo o hayan encontrado acomodo aun en el gobierno: Un ejemplo es Daniel Hernández, su principal asesor político desde hace 12 años, quien aceptó ser –por tres meses– director general de Oportunidades.
Lo que es un hecho es que Vázquez Mota, aunque no renuncie a su militancia, ya dijo adiós al PAN…
Apuntes
“Familia por familia”, fue la consigna del grupo criminal que ordenó ejecutar a José Eduardo Moreira, hijo del expresidente priista Humberto Moreira y sobrino del gobernador Rubén Moreira, uno de cuyos grupos policiacos abatió a Alejandro Treviño Chávez, sobrino de Miguel Ángel Treviño Morales, L-40, segundo al mando de Los Zetas. Repugnante el crimen, asquea también la condición de privilegio de una familia de la elite, a cuyo servicio se pone el Estado.
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