Rolando Cordera Campos
Contra la corriente y contra López Velarde, por aquello de los veneros del diablo, una parte de la opinión pública nacional se propuso examinar, debatir y criticar la cuestión petrolera por más de tres meses con el fin de arribar a conclusiones de política racional y sin atropellamientos. El resultado de esta primera deliberación en el Senado de la República, la Universidad Nacional y otros centros de educación superior está sobre la mesa y la red, en cientos o miles de páginas e intercambios verbales, mensajes electrónicos y propuestas con intenciones de reforma legislativa, lineamientos de política y argumentos técnicos de calidad diversa, pero en su gran mayoría animados por rigor y honestidad intelectuales y convicción ciudadana. Patriótica, diría más de uno.
Es una lástima que el gobierno y sus funcionarios no hayan tomado nota atenta y cuidadosa de lo que se ha dicho sobre la energía, el petróleo y las perspectivas de nuestra industria nacional por excelencia. El discurso más reciente del director de Pemex, en el que le atribuye a López Obrador la culpa por la no aprobación de las reformas propuestas por el presidente Calderón el pasado abril, son reveladoras de este nefasto velo burocrático y de intereses creados que parece haberse apoderado de la sensibilidad y el entendimiento del poder del Estado, así como de importantes grupos del sector privado quienes no se han mostrado dispuestos a abordar la encrucijada petrolera en términos verdaderamente estratégicos, desde el punto de vista de sus propios intereses y beneficios como productores y negociantes. La ideología, en este caso, ha estado del lado derecho del cuadrante con consecuencias graves para el entendimiento político y las relaciones sociales críticas para la conservación de una cohesión social de por sí dañada por tanta crisis y desencuentros en la lucha por el poder constituido.
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