María Teresa Jardí
Para regresar a la realidad, incluso a los reunidos para la foto en el Palacio Nacional, convertido en bunker militarizado al estilo de los lugares donde despachan los dictadores, no hacen falta cien días.
Mientras firmaban como testigos, la grotesca y probadamente corruptísima Gordillo y su igual Romero Dechamps, sentados entre Marín el “góber precioso” enterrador de la justicia poblana y el asesino Ulises Ruiz, quien además, burlándose de los mexicanos, con el cinismo característico de la corrupta clase política mexicana, contestaba a un reportero que le preguntaba sobre las palabras de Alejandro Martí exigiendo que si no pueden se vayan, que en Oaxaca reinaba la paz y que a Fernando Martí lo habían asesinado en el DF. Sí, la paz de los sepulcros --si es que alcanzaron alguno-- donde descansan, o no, los miembros del EPR desaparecidos políticos, imputables a ese impresentable, en primer término.
Mientras se firmaba en lo que no es más que un documento de cara al circo televisivo: propondremos, avalaremos, ayudaremos, propiciaremos….
Cuando habría bastado, como bien señalaba al día siguiente Sabino Bastida en un noticiero radial, con que se hubieran comprometido a no tener escoltas en dos años todos los reunidos en ese lugar como la demostración de que en México, si se combate la impunidad desde la cabeza, se puede vivir con seguridad.
Mientras firmaban, como testigos la Gordillo y el Deschamps, un juez soltaba a un acusado de secuestrar a otro niño y otro condenaba al líder de Atenco a la cadena perpetua que ya existe en México, aunque no lo consignen así las leyes. Olvidada también la impunidad en el caso del asesinato brutal de Alexis Benhumea, joven, también, como Fernando Martí, excelente estudiante y gran bailarín, buen hijo y buena persona, talentoso y con la vida por delante, arrebatada, de mala y cruel manera, por otro policía que impune, que está, a lo mejor incluso es uno de los secuestradores o hasta podría ser también el asesino de Fernando Martí.
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