Alfredo Jalife-Rahme
■ Ucrania convulsionada por el choque en el Cáucaso
Cayó la primera víctima petrolera del conflicto en el Cáucaso: la trasnacional británica British Petroleum (BP), obligada a una retirada nada graciosa en su alianza mercantil con la rusa TNK (John Helmer, Asia Times, 6-09-08), como corolario del nuevo paradigma geoenergético de la desprivatización, renacionalización y restatización que cunden en los principales países productores de hidrocarburos del planeta.
La retirada de BP de Rusia, cuyo oleoducto BTC fue puesto en jaque con el exquisito movimiento de ajedrez ruso en Osetia del Sur, coincidió con la presencia en Georgia del superhalcón Dick Cheney, vicepresidente terminal de Estados Unidos (EU).
Pendenciero como siempre, (“Dick Cheney juega con fuego nuclear”; ver Bajo la Lupa, 27-08-08), Cheney “lanzó una amenaza belicosa a Rusia”, según James Hider (The Times, 5-09-08), “al prometer que el aliado pequeño (sic) de EU algún día (sic) se unirá a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)”. Falta ver qué dicen Alemania, Francia e Italia (De Defensa, 5-09-08), quienes se portaron en forma sensata y negociadora con Rusia en la reciente cumbre de “emergencia”de la Unión Europea (UE), tres semanas después del ataque de Georgia a Osetia del Sur que llevó a la respuesta rusa.
Existe embotellamiento de navíos de EU y Rusia en el mar Negro (ver Bajo la Lupa, 10,13,17 y 20-08-08), así como de visitas simultáneas de adversarios: Cheney en el Cáucaso, y el primer ministro Vladimir Putin en Uzbekistán para incorporar los hidrocarburos centroasiáticos al sistema de gasoductos rusos (Debka, 3-09-08).
Como previmos, las reverberaciones del posicionamiento ruso en el Cáucaso sacudieron en su “periferia inmediata” al frágil gobierno proestadunidense en Ucrania del presidente Viktor Yushchenko, quien padece una severa crisis de gobernabilidad.
Ucrania, que Cheney desea adherir a la OTAN en forma desafiante para torturar más a Rusia, puede sucumbir a la balcanización entre sus poblaciones rusófilas y rusófobas.
Stratfor (3-09-08), centro de pensamiento texano-israelí, abunda sobre la “fractura de la coalición proccidental” que gobernaba a Ucrania, lo cual puede desembocar en la disolución del parlamento y la convocatoria a elecciones en diciembre, que sería un acto suicida del presidente Yushchenko, peleado a muerte con su ex aliada primera ministra Julia Timoshenko, quien no desea confrontar demasiado a Rusia con el fin de alcanzar la presidencia el año entrante, mediante su asombrosa alianza táctica con los rusófilos encabezados por Victor Yanukovich y Rinat Akhmentov.
La política interna en Ucrania suele ser caótica pero no se puede soslayar su relevancia singular como “el más importante país amortiguador entre Rusia y un Occidente siempre (sic) irredentista”, a juicio de Stratfor.
En espera de la desviación del gas ruso por el mar Báltico para nutrir directamente a Alemania, convertida en la nueva encrucijada gasera del norte europeo en unos cinco años, en la actualidad, la mitad de las redes de transporte que Rusia utiliza para enviar hidrocarburos a Europa atraviesa Ucrania, que depende, a su vez, en tres cuartas partes de su importación energética de Moscú. La jugada petrolera la tiene perdida Ucrania.
Zbigniew Brzezinski, anterior asesor de seguridad nacional de Carter y hoy principal consejero de Obama en política exterior, en su libro El gran tablero de ajedrez mundial: la primacía de EU y sus imperativos geoestratégicos, escrito hace 11 años y en el que se equivocó en su premisa fundamental sobre la eternidad imperial de EU, colocó correctamente a Ucrania como uno de los principales estados “pivote” del planeta y la parte más vulnerable de Rusia.
Stratfor considera que Rusia posee “varias palancas” para poner en orden a Ucrania; desde el corte del abastecimiento de los hidrocarburos hasta su desestabilización mediante la movilización de la mitad de la población que es rusófila (20 por ciento es de origen ruso), lo cual podría “separar en dos al país”, escenario “temido por Occidente”.
Nos encontramos ante la redefinición de Ucrania, lo cual ha dividido a la coalición gobernante “proccidental” entre el presidente Yushchenko, quien denunció la “agresión rusa” a Georgia, y el primer ministro Timoshenko, quien se inclinó en favor de Moscú: aquel “desea precipitarse a los brazos de Occidente” y ésta “desea evitar movimientos que agiten más a Rusia”, precisa Stratfor.
Amén de la bajísima popularidad del presidente cuando su partido “Nuestra (sic) Ucrania” a duras penas controla 14 por ciento de los escaños parlamentarios, la mayoría de la población repudia su incorporación a la OTAN, por considerarla una afrenta innecesaria a Moscú.
El bushiano Yushchenko degeneró en un maniqueismo simplista entre Rusia y “Occidente” (este tan fracturado, como la misma Kiev, entre EU y la UE) y no se cansó en provocar al Kremlin durante la crisis del Cáucaso: muy bien podría sufrir la misma humillación que su amigo y aliado el presidente georgiano, Misha Saakashvili, un verdadero cadáver viviente.
Yushchenko y Saakashvili, productos respectivos de las revoluciones “naranja” y “rosada”(financiadas ambas por el megaespeculador George Soros y la CIA), no han entendido que son dos piezas desechables y que, por lo menos, la UE no arriesgará su seguridad y su comodidad en una confrontación que perdería en teoría con Rusia.
Les haya dicho lo que sea a ambos, el superbélico Cheney ha prometido una “ayuda” demagógica a Georgia por mil millones de dólares que no posee EU (debido a su insolvencia financiera y su grave crisis económica). Tampoco EU ostenta una creíble capacidad militar, empantanado en otros frentes, para arriesgarse a una confrontación con Rusia –en términos racionales y no bajo la óptica del manicomio de la Casa Blanca que despedazó su política exterior en los pasados siete años y medio.
A juicio de Stratfor, Rusia se ha beneficiado del caos en Ucrania, pero ahora que el presidente Medvedev en su nueva doctrina geoestratégica ha delimitado sus “zonas de interés” en su “periferia inmediata” y más allá, Ucrania no gozará con las mismas veleidades de aventurerismo militar para servir de caballo de Troya a EU y a la OTAN y doblegar a Rusia en la vital frontera común de mil 576 kilómetros.
En forma sarcástica, De Defensa (3-09-08), centro de pensamiento militar europeo, se burla de la identidad desconocida de “quien va a liberar a Ucrania”.
A sabiendas de sus limitaciones geoestratégicas, ¿no es, acaso, más sensato, preventivo y redentor para su propia seguridad, que Ucrania cese de hostilizar a Rusia y, al contrario, restablezca sus lazos históricos amigables con su potente vecino resucitado, antes de ser balcanizada o deglutida por las redefiniciones del Cáucaso?