Por María Teresa Jardí
El sábado, mientras escucho a uno de mis hijos explicar a mis nietos la importancia del 13 de septiembre, pienso en la Patria que, en lugar de celebrar el 15 de septiembre, se vestirá hoy de luto al saberse otra vez colonizada y, sobre todo, al percatarse de que, está vez y como están las cosas en el mundo y en particular viendo desaparecer en México al Estado, quién sabe si pueda volver a salir victoriosa.
Al pasar lista, les explica, y al nombrar a cada uno de los niños héroes, habrán contestado, los presentes en la conmemoración, luego de cada nombre: Murió por la Patria. Estamos llegando a una Plaza y entramos, mi hijo y yo, los niños vieron otra chorrada con la madre y la otra abuela, a ver “Arráncame la vida”, buena película, de una mejor aún novela de Angeles Mastretta, que les recomiendo vean.
No sé si la gente de la sala, al acabar la película, ha entendido que el momento, sólo referido en fechas y en la ropa de los personajes, es la época de cuando Maximino Avila Camacho quería ser, a cualquier costo, presidente de la República.
Le pregunto a mi hijo, historiador, y me dice que no. Le comento que al menos es aleccionadora porque para el que la vea será como leer los diarios de hoy.
Tampoco sé, presumo, que no, si se habrán percatado de que el gobernador poblano que da dinero para la película es Mario Marín, simil caricaturesco de Maximino, quien también se soñó eterno.
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