Abel Barrera Hernández*
La instalación de los gobiernos de alternancia en el poder ha acelerado visiblemente ese desesperado interés por consolidar en México el neoliberalismo, a través de una cadena de megaproyectos que hacen negociables las tierras, los bosques, las minas y el agua. Bajo esta perspectiva, los pueblos son vistos como actores incómodos y de riesgo, nunca como titulares de derechos.
El saqueo y la destrucción de los recursos naturales que los pueblos sufrieron en el pasado, a manos de los colonizadores, hacendados y caciques, hoy la padecen con las trasnacionales que actúan en nombre del desarrollo y la reducción de la pobreza. A pesar de esto, los pueblos originarios viven con altos grados de desnutrición, sin agua potable, sin viviendas dignas, sin educación y sin empleos. Las autoridades se niegan a visualizar estos contrastes, esta guerra silenciosa de exterminio que dirige el capital privado.
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