Gustavo Gordillo
La extinta ceremonia del Informe presidencial es simbólica de la parálisis de la clase política mexicana. De una celebración monárquica devino en campo de lucha libre plebeya. La opción no era desaparecerla sino introducir un esquema republicano que favoreciera el diálogo y la coordinación entre poderes. En vez de eso tiran el agua sucia de la bañera con el niño adentro. Esto mismo ha sucedido con todas las llamadas reformas: pensiones, fiscal, electoral, judicial. Como están en una lógica de la confrontación, como suponen que en la siguientes elecciones apabullarán a los demás contrincantes, se agazapan y velan armas.
Tres manifestaciones recientes dan cuenta de la insatisfacción de la ciudadanía y de los temas donde su enojo es mayor. Una, centrada en la inseguridad pública. Otra alrededor de la defensa del petróleo y de su régimen de propiedad. La tercera en contra de la carestía y de los bajos salarios. Está claro que las manifestaciones que no desembocan en formas organizativas que mantengan el nivel de presión y exigencia, terminan siendo cantos del cisne. De ahí que las iniciativas ciudadanas deben tomar eso como su punto central de reflexión y acción.
Hay desde luego un tema unificador: La impunidad y la necesidad de rendición de cuentas de todas las autoridades. Pero esta demanda lleva implícita otra. Se requiere no menos Estado sino un Estado más fuerte y más eficaz en al menos tres áreas claves: seguridad, bienestar social y crecimiento, y manejo de los recursos naturales.
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