A Pablo Gómez, porque la victoria sigue pendiente
Aunque celebro la inédita explosión informativa a propósito del movimiento del 68, cuarenta años nada más tardó la televisión en voltear a verlo, y en particular de la masacre del 2 de octubre, que ahora sí existe para medios que por décadas le dieron olímpicamente la espalda, no puedo dejar de pensar que en torno a esos sucesos, que marcaron la historia de México, se ha desplegado también todo un arsenal de expresiones y testimonios que, más que rescatar a fondo lo sucedido, tienden a ubicar el movimiento en un nivel puramente emocional; como una efeméride más, un hecho consumado, congelado en el tiempo que no hay que olvidar, claro, pero que a nada obliga o, peor todavía, que intentan valerse de la conmemoración como una especie de auto celebración: “Miren lo que vivimos, las libertades de las que disfrutamos, lo bien que estamos y tanto que ni catarro nos dará ahora”, para convertir así, esa formidable y conmovedora expresión de vitalidad social, en parte de su coartada.
Saludo la valentía y claridad de un hombre, protagonista de esos hechos, que no cede a la tentación de la autocomplacencia que, en medio de la euforia, se atreve a hablar de la derrota del movimiento y lo hace para movernos a considerar las muchas y dolorosas asignaturas pendientes. De un hombre, Pablo Gómez, luchador social desde su adolescencia, dirigente partidario que diera el vuelco histórico, sin traicionar sus ideales, al comunismo tradicional para volverlo así ariete de la democratización de México, parlamentario imprescindible de la izquierda, que sabe que aquellas demandas por las que ellos, los estudiantes de entonces y luego los trabajadores y las madres de familia y los burócratas y los ciudadanos comunes y silvestres que se les fueron sumando, salieron a la calle, aun no se han cumplido.
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