Bienaventurados los que desde el poder se entrometen cínica e ilegalmente en los comicios presidenciales, los que, escudándose en el cargo y haciendo uso de los dineros públicos como Vicente Fox, violan las reglas del juego democrático; Bienaventurados los que hacen todo lo que está a su alcance para torcer la voluntad popular que, supuestamente, debería expresarse libre de presiones de este tipo en las urnas, porque ellos serán merecedores, a toro pasado, de una multa de sólo 15 millones de pesos y pasarán así, por el hecho de haber facilitado el acceso a sus cómplices al poder sexenal, al reino de la impunidad sin más carga encima que la de su propia desvergüenza.
Malditos sean en cambio aquellos que se atrevieron a inconformarse con los resultados de una elección que el mismo Tribunal Federal Electoral reconoció en su propia sentencia como un proceso preñado de irregularidades y más todavía los que se atrevieron a plantarse en Reforma –qué sacrilegio– o peor aún a tomar la tribuna parlamentaria para intentar que Felipe Calderón asumiera el cargo o dar al menos testimonio ante la nación y el mundo de que en esa tribuna, ese 1 de diciembre de 2006, habrían de cometer Fox, Calderón, los suyos y sus aliados un crimen de lesa democracia.
Malditos sean pues lo que sin alzarse en armas se atrevieron a hacer uso de su libertad de manifestación ante tan flagrante violación de las normas democráticas y caiga sobre ellos –y en adición a los daños causados por la campaña mediática de desprestigio de la que han sido victimas estos dos largos años– una multa de casi 40 millones de pesos decretada nada menos y nada más que por la misma autoridad electoral que ante la comisión de los delitos se mantuvo, indigna, cobarde y convenientemente cobijada por los vacíos legales, con los brazos cruzados.
Bienaventurados sean los desmemoriados; aquellos a los que ni esta multa, impuesta por el IFE a los partidos que participaron en aquella elección, pudo hacerlos recordar siquiera cómo Fox, superando incluso a sus antecesores en el poder; a esos que, por corruptos y autoritarios, sacó a patadas de Los Pinos, como Fox, digo, abusó de la tribuna presidencial para meter las manos al proceso electoral y como en esa aventura antidemocrática lo acompañaron su partido, la jerarquía eclesiástica y los barones del dinero; quienes por cierto no han de pagar multa alguna.
Malditos sean en cambio los amargados, esos “relapsos y diminutos”, para seguir en el tono religioso, que no entienden el dogma de la Asunción democrática –por la vía de los hechos– de Felipe Calderón. Malditos los que se resisten a dar vuelta a esa página vergonzosa de nuestra historia reciente y siguen, neciamente aferrados a ese principio –por lo visto anacrónico– de que la democracia exige a las partes jugar limpio siempre y considera, en consecuencia, espurio e ilegal al candidato surgido de comicios en lo que ese supuesto ganador haga trampa; bien sea antes de llegar a las urnas como está profusamente documentado o en el mismo momento de las votaciones de lo que existen al menos dudas razonables en el caso de las elecciones del 2006.
Bienaventurados los que se acostumbran, los que se acomodan, los que se resignan; para los que los meses y los años dotan de legitimidad a quien de origen no la tiene. Bienaventurados esos a los que el boato del poder seduce, deslumbra, apantalla y tanto que a final de cuentas qué más da que “haiga sido como haiga sido”. Bienaventurados los necesitados de estabilidad, de paz, orden y progreso; los dispuestos a aceptarlo todo y a decirle presidente a ese señor porque todos le dicen así y porque es bueno y conveniente para el país aunque sea letal para una democracia que cimentada sobre esas bases tiene poco futuro.
Bienaventurada sea la lideresa magisterial y bienaventurados sus compinches, más allá del escándalo y la corrupción que los rodea, toda vez que gracias a ellos –y la factura por ese concepto la envían todos los días a Los Pinos– se consumó la victoria contra el que era y sigue siendo un “peligro para México” y bienaventurado sea el estratega de la mercadotecnia, el publicista, el que diseña la guerra sucia que aun no cesa, el que traduce la realidad en encuestas y satura las pantallas de la TV –desde ahí y para ahí es que se gobierna– y el cuadrante radiofónico con una campaña de propaganda que nos recuerda inclemente que hoy –no importa la crisis, ni la guerra contra el narco, ni la inseguridad rampante, ni el desempleo– realmente y gracias al gobierno de Calderón vivimos mejor. Que las bendiciones del poder sean para ellos más presupuesto –para eso está el erario–, más prebendas e impunidad garantizada.
Bienaventurado el que muere trágica y prematuramente porque sus pecados serán olvidados y su duelo convertido en insumo estratégico para la imagen del mandatario. Maldito aquel que se atrevió a señalar esos pecados; más detestable aun el que se atreve todavía a recordarlos manchando la imagen del nuevo héroe. Bienaventurados, por último, aquellos que agudos y feroces condenan el lenguaje mesiánico de López Obrador y callan, arrobados me imagino, ante el sermón de la montaña de Calderón.
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