jueves, 15 de enero de 2009

Un Dios suficientemente grande*

SABINA BERMAN

Estábamos distraídos este diciembre con nuestros deseos de bienaventuranza para nosotros mismos -para ese círculo que cada cual llama "nosotros" y cuyo tamaño es idéntico al tamaño de su espíritu: yo mismo y los que amo, o bien yo mismo y el resto de los bípedos mamíferos, o bien yo mismo y el infinito de criaturas del Universo- cuando el Papa Benedicto XVI, vicario oficial de Cristo en Occidente, se encargó de hacernos ver que la misión de nuestra generación es "salvar a la humanidad de las conductas homosexuales o transexuales" y "de todas las otras conductas que nos alejan de los roles tradicionales del hombre y la mujer".
"Las selvas tropicales merecen nuestra protección", dijo el súbitamente ecológico pontífice, pero "(la Iglesia) también debe proteger al hombre de la autodestrucción".
Oh Dios, exclamó un palestino católico al oír con la oreja derecha el mensaje del Papa por la radio, mientras con la oreja izquierda escuchaba el rugido de un bombardero israelí sobrevolar a velocidad de rayo el techo de su casa. Oh Dios, exclamó un chino budista, mientras empacaba sus pocas pertenencias, dispuesto a volver al pueblo miserable de su nacimiento luego de haber sido despedido de la fábrica de juguetes donde trabajó los últimos 20 años. Oh Dios, gruñó un oso polar viendo el piso de hielo licuarse bajo sus patas, y Oh Dios, gritó un árbol en la selva tropical al golpe del hachazo. Invento estas imágenes, sin embargo plausibles.
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