Para ser catastrofista no hace falta una actitud pesimista sino, ante todo, dilucidar si estamos en una catástrofe o nomás la inventamos, en cuyo caso el catastrofismo es inocuo y no hay de qué preocuparse. El debate, entonces, consiste en conocer las causas de la crisis, evaluar la situación de la economía y advertir los efectos sociales.
El primer punto es que la recesión ya está admitida por todos. Sin embargo, Calderón sostiene que se trata sólo de un reflejo de la recesión en Estados Unidos, la cual –se piensa– es producto de una falta de regulación y un mal manejo de los mercados financieros. Esto no parece ser del todo cierto.
Los grandes negocios financieros que precedieron a la crisis fueron provocados por una sobre liquidez incontrolada, es decir, la existencia de valores de capital mucho mayores que los aplicables en la inversión productiva. Las súper ganancias no pudieron ser usadas en las mismas ramas de la economía donde fueron generadas y tampoco en otras, de tal manera que la liquidez fue lanzada hacia la esfera de la especulación con una desesperada colocación improductiva y, por tanto, circular de los capitales-dinero que volvían siempre a los mismos mercados especulativos. Aquí tenemos un problema de la estructura social.
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