Jorge Moch
Albricias. Regresó Carmen Aristegui al cuadrante. Y regresó –sin desprecio ninguno por emisoras pequeñas o medios alternativos– como debía ser, en cobertura nacional y en una radioemisora fuerte. O sea que Carmen, fiel a su origen, volvió a lo suyo: hacer radio de verdades, aunque algún enano mental con poder transitorio pueda sentir pisados sus callos por los dichos y exposiciones públicas de alguien que es, sin duda, una de las más importantes y coherentes periodistas en México.
Albricias. Se jodió ese sector de la derecha al que le interesa que se callen cosas que este país no puede callar más. Se jodió ese falansterio adinerado y mojigato que mandó a uno de sus más ingratos agentes –a quien antes, qué paradoja, la misma Carmen mantuvo invitado constantemente a sus espacios radiofónicos y televisivos precisamente atendiendo la máxima de una voz para todos– para que con argucias de cuentachiles, con pretextos pendejos, pero sobre todo con el poder que otorga la parentela presidencial, Carmen saliera de los medios porque su presencia le era incómoda a ese maridaje hediondo entre poder político, poder económico y poder clerical. Había que callar esa voz, esa constante alfaguara de denuncias y discusiones públicas, esa manía por fijar en un tablero público la radiografía detallada y puntual de todas las inmundicias que perpetraron y perpetran los políticos, los banqueros, los industriales y sobre todo no pocos curánganos.
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