Javier Flores, La Jornada
En México no hay una democracia real. Simplemente porque el ejercicio ciudadano de acudir a las urnas no se respeta. Se manipulan los votos. Se compran, aprovechando la pobreza y especialmente la ignorancia basada en un calculado atraso educativo que se pretende hacer permanente. Hay expertos que viven del diseño de nuevas trampas.
Existen el mapache y el neomapache. Se trata de una profesión que resulta hoy muy redituable. Las instituciones creadas para organizar y vigilar las elecciones carecen de autonomía, cualidad que sólo existe en sus nombres. Están muertas. Los sufragios se cuentan mal y, llegado el caso –si a pesar de todo son adversos al poder–, simplemente se sacrifica la democracia y… háganle como quieran.
No estoy exagerando ni mintiendo. Algunos intelectuales se engañan al afirmar que México avanza hacia la democracia. Que tenemos una democracia inmadura, incipiente. Que vamos camino hacia la democracia. Que tenemos una joven democracia. Nuevos adjetivos que en el fondo son el reconocimiento de un hecho irrefutable: en México la democracia no existe y punto.
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