Adolfo Sánchez Rebolledo
Hoy, al calor de la crisis, cuando están en la picota algunos postulados de la preceptiva neoliberal, la disputa por el presente y el futuro se intensifica. Surgen nuevas propuestas servidas en antiguos recipientes que caben como anillo al dedo. Se renueva la prédica contra los “monopolios” al tiempo que se afirma sin matices la urgencia de abolir todo proteccionismo. Pero en este punto también hay abusos políticos y conceptuales que expresan la crudeza de la pugna por los espacios de mercado y poder, sostenida por algunas de las figuras encasillables bajo la sombra fantasmal de los poderes fácticos.
La oferta es en apariencia sencilla: se trata de democratizar el capitalismo desbaratando los nudos que limitan o coartan la competencia. Nada nuevo. A lo largo del siglo XX se conocieron iniciativas cuyo objetivo era mitigar la centralización y la concentración del capital, abriendo la propiedad de las empresas a los ciudadanos mediante operaciones accionarias, de modo que las viejas categorías clasistas perdieran sentido. En el lugar de los antiguos dueños y sus clanes parasitarios surgiría una capa de anónimos propietarios capaces de orientar a las empresas hacia objetivos “más humanos”, como si la “avaricia” fuera un defecto moral de algunos pecadores encumbrados y no expresión del “afán de lucro” que mueve al “sistema” a obtener las más altas ganancias posibles. Se estableció así el reino de los gerentes, el domino del expertice sobre la regulación, la irresponsabilidad privada proyectada sobre los intereses públicos, el dominio de las grandes corporaciones para hacer que los gobiernos se plegaran a sus intereses.
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