Luis Linares Zapata
Desde el mero inicio del proceso entreguista de la banca mexicana, la decisión cupular de los fundamentalistas neoliberales fue cuestionada en dos de sus vertientes básicas. Una, la principal, porque era incongruente con la independencia y soberanía nacionales, ya que ponía al crucial sistema de pagos en manos foráneas. Las matrices tendrían la última palabra en el diseño de las políticas sin ocuparse de su encaje con las prioridades o la estrategia general del país (de haberla, claro está). La segunda razón apuntaba, sin duda, al ineficiente juego que la banca podría jugar respecto del financiamiento del desarrollo. La experiencia ha confirmado ambos supuestos en sus ángulos más negativos. Hoy se cuenta con una banca extranjera voraz y parasitaria protegida por los hacendistas que son, para estos fines expoliadores, sus mejores abogados. La regulación sólo es formulada en la forma de tibias plegarias para que moderen sus utilidades y cumplan sus compromisos con los usuarios y el país.
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