Epigmenio Carlos Ibarra
Así como Felipe Calderón ha utilizado la guerra contra el narco para revestirse, ante propios y extraños, de una legitimidad de la que carece de origen, bien puede ahora –ese peligro entrañan sus últimas iniciativas enviadas al Congreso– aprovechar la coyuntura para sentar las bases de un nuevo régimen autoritario. Una cosa es romper la inercia criminal del foxismo, que complaciente y cínico entregó parte del territorio nacional a los criminales, y otra muy distinta es instalar al Ejército, so pretexto de la ineficiencia y corrupción de los cuerpos policiales, de manera permanente en nuestras calles y, además, con facultades extraordinarias.
Ante ese peligro nos hallamos. Conspiran en esa dirección la violencia brutal del crimen organizado, el miedo y la incertidumbre de la ciudadanía a la que una promesa de mano dura siempre –en condiciones como ésta– resulta atractiva; la orientación ideológica de Calderón y su partido, a los que su carga genética y voracidad electoral empuja, y la proclividad de nuestros vecinos del norte –pese a su nuevo discurso de corresponsabilidad– a resolver todos los problemas a balazos, sobre todo, cuando las guerras se libran fuera de su territorio y los muertos los ponen otros.
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