Pablo Gómez
El relevo en la Secretaría de Educación Pública ha sido en realidad una destitución. Nadie quiere ser diputado en lugar de secretario de Estado. La titular anterior debió de haber permanecido sin dormir muchas noches durante sus años al frente de la SEP. Sin duda. Los problemas en ese ramo no sólo son de todos los días sino de todas las horas. Habría que apresurar una conclusión: el magisterio de educación básica no está en lucha a favor de una mejor escuela; sus problemas son otros, especialmente políticos, es decir, en contra o a favor de una estructura sindical corrompida, onerosa, ignorante, perniciosa e irreformable. Son los lodos de aquellos aguaceros del priismo nacional.
Ahora, la alianza entre el PAN y el sindicalismo charro del SNTE –como en tantos otros organismos— ha arrojado un pacto que se pretende a favor de la “calidad de la educación”. El charrismo del SNTE, el cual no entiende nada de educación pública incluyendo la pedagogía, ha aceptado los criterios de la derecha con tal de mantener sus privilegios. El primer punto de tal pacto es la competencia. Pero uno de los ámbitos donde la competencia es absolutamente contraproducente es la educación. Poner a competir alumnos y escuelas es lo peor que puede hacerse. Desde el viejo sistema de las calificaciones diferenciales (entre el cero y el diez existe un abismo infernal) hasta las actuales mediciones no hay más que patrañas dañosas que convierten la educación en una carrera de obstáculos y ridículos: no hay estudiantes malos; hay sistemas educativos pésimos.
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