La política de salud instrumentada ante la emergencia de la gripe porcina tiene más de política que de salud.
Frente a una amenaza sanitaria desconocida que puede causar estragos pandémicos, las autoridades optaron por una buena decisión política: más vale prevenir en exceso que esperar a lamentarse en extremo. Sin embargo, esta decisión política correcta ha generado un nuevo problema de salud social: temor, miedo e incertidumbre entre la población.
Millones de padres de familia con sentido común se preguntan: ¿en verdad es tan arriesgado mandar a los hijos a las escuelas y confinarlos en la casa? Si todo afuera es riesgo de contagio, ¿qué cualidad inmunológica tiene el hogar que está negada al aula, a la oficina, al supermercado, al camión de pasajeros o al parque de la colonia? Si el beso y el abrazo son vías de transmisión, ¿no es el hogar donde más besos, apapachos y contactos de mano nos prodigamos los mexicanos?
Es una buena decisión política insistir en que la emergencia sanitaria (al igual que la económica) viene de “afuera”. Es una mala decisión para la salud pública de los mexicanos tener que explicar ahora por qué la crisis sanitaria, al igual que la económica, pega más fuerte dentro de México que en cualquier otra parte del planeta. Desde esta semana, un nuevo enigma epidemiológico se cierne sobre México: ¿Por qué la gripe porcina está causando más muertes entre mexicanos que entre estadunidenses, canadienses, españoles, cubanos o cualquier otro ciudadano del mundo? ¿Este resultado atípico tendrá algo que ver con la típica pobreza y desigualdad del país?
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