Manuel Camacho Solís
El presidente Barack Obama puede hacer lo que no pudieron sus antecesores: venir a la ciudad de México y entrar en contacto con sus habitantes. Desde John F. Kennedy ningún otro presidente estadounidense lo ha podido hacer. Esa oportunidad debería aprovecharla para lograr un doble triunfo político: conseguir un acuerdo efectivo de seguridad que sea respetuoso de los derechos humanos y la soberanía de México, y abrir una agenda progresista de desarrollo que ayude a desatorar la economía y a mejorar la justicia.
Barack Obama tiene la capacidad para resolver agendas complejas donde están en tensión posiciones extremas. Con su visita a México puede satisfacer su agenda interna con una oferta cierta de mayor seguridad en la frontera, y empezar a ganarse el afecto de una mayoría latinoamericana con una política migratoria más sensible a los hispanos y una agenda progresista
Barack Obama inicia su viaje a un continente dividido políticamente y a un país que no ha sido reconciliado. Debe atender a sus preocupaciones internas sobre la seguridad en la frontera y necesariamente apoyar al gobierno mexicano, pero no debería cerrarse al diálogo con la gente de una ciudad claramente progresista ni desaprovechar la oportunidad de definir una política de mayor alcance.
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