En la guerra en El Salvador escuché por primera vez y a propósito de la deserción del comandante guerrillero Alejandro Montenegro de la llamada “dialéctica del traidor”. Sucede con frecuencia, decían los ex compañeros del desertor que provocó con sus delaciones incontables muertes y enormes pérdidas a la insurgencia, que quien fruto de la presión, la tortura o simplemente la ambición, ha cometido una traición pierde, en un momento determinado del proceso, toda contención, todo recato y termina confesando incluso cosas que ni siquiera han puesto sobre la mesa sus interrogadores.
Sabedor de su infamia el traidor la lleva así, preso de una perniciosa dialéctica, hasta el extremo; para castigarse se esfuerza en demostrarse a sí mismo, cubriéndose de una iniquidad sobre otra, que es un ser execrable, que ha perdido todo escrúpulo, todo vestigio de integridad y se vuelve entonces, para ponerlo en la jerga de los judiciales mexicanos, uno de esos miserables que necesitan sólo dos golpes: uno para comenzar a hablar y otro para callarse. De esa calaña es, a confesión de parte relevo de pruebas, Carlos Ahumada.
Muy mal ha dejado, este controversial personaje, en su libro “Derecho de réplica”, al menos a juzgar por los fragmentos publicados este jueves en El Universal, a quienes junto a él conspiraron para destruir a López Obrador. Peor todavía a quienes en la prensa lo han defendido con tanto denuedo; ¿qué argumentos pueden hoy esgrimir ante tamaña exhibición de vileza? ¿Y los que supuestamente hicieron gala de profesionalismo y sagacidad periodística con la presentación de los videos? ¿Dónde quedan ellos al descubrirse que eran parte de una farsa; meros instrumentos de los conspiradores? No deja Ahumada títere con cabeza; tampoco salidas a los involucrados pues no es otro el que habla, es él mismo quien lo confiesa todo.
Leer Nota AQUI