“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Pasada la emergencia epidemiológica resulta importante decantar la experiencia y aprender su lección. Todos los elementos de información que han salido a la luz indican, sin lugar a dudas, de que se tuvo conocimiento de la posibilidad del brote desde, por lo menos, un mes antes del fatídico 23 de abril en que intempestivamente se lanzó la alarma y se suspendieron las clases en la zona conurbada de la Ciudad de México.
El dato es importante puesto que debieron y pudieron haber sido puestas en práctica medidas preventivas y de advertencia a la población, de manera cautelosa y proporcionada, en su caso, a la progresión del evento; esto aplica tanto a la debida información al público, como a la logística de la operación de la autoridad sanitaria. Calderón y su ignaro secretario de salud actuaron a la inversa: ocultaron la información inicial e, intempestivamente, la dieron a conocer junto con las drásticas y exageradas medidas adoptadas, provocando el pánico en la población y desencadenando una severa contracción de toda actividad. Los efectos derivados del procedimiento seguido fueron más graves que los que pudieran haberse registrado por causa de la epidemia. Así como Calderón puso a toda la población en cuarentena, la comunidad internacional puso en cuarentena a México; se cayó el turismo y las exportaciones, principalmente las de carne de puerco; todo por la desmesura y la incorrecta información. Fueron cientos de miles los que dejaron de trabajar y tener ingresos, en una condición en que la enorme mayoría vive (o intenta hacerlo) al día, carente de una reserva de emergencia en su escasa economía. Fue brutal el impacto sobre la actividad turística y hoy se destinan 1800 millones de pesos del erario para tratar de resarcir el daño. Todo por un simple error de apreciación y de implementación,
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