En concreto
“Al segundo día se dijo que había cierta disminución en el número de casos, se pasó de los centenares a las decenas, y eso llevó al gobierno a anunciar que, de acuerdo con las perspectivas más razonables la situación pronto estaría bajo control (…)
“El gobierno excluyó la hipótesis inicial de que el país se encontrase bajo la acción de una epidemia sin precedente conocidas, provocada por un agente mórbido aún no identificado, de efecto instantáneo, con ausencia total de señales previas de incubación o de latencia (…)
“Un comentarista de la televisión tuvo el acierto de dar con la metáfora justa cuando comparó la epidemia, o lo que fuese, con una flecha lanzada hacia arriba, y que, tras alcanzar el punto más alto en su ascenso, se detiene un momento, como suspendida en el aire, y empieza luego a describir la obligada curva de caída, que, si Dios quiere, y con esta invocación regresaba el comentarista a la trivialidad de las expresiones humanas y a la epidemia propiamente dicha, la gravedad tratará de acelerar hasta que desaparezca la terrible pesadilla que nos atormenta…”
Los párrafos anteriores pertenecen a la novela Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, que trata sobre una epidemia que se expande rápidamente entre la población.
La situación que hemos vivido en nuestro país desde el pasado 23 de abril a causa del brote del virus AH1N1, me trajo a la memoria esta novela del premio Nobel portugués. Sin duda los sentimientos de incertidumbre y angustia de la población frente a la posibilidad de muerte, a causa de un fenómeno desconocido, generan menor resistencia a la implantación de medidas antipopulares por parte de la autoridad.
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