El equipo que encabeza Felipe Calderón se conformó con el designio de administrar el poder para el grupo oligárquico que lo detenta desde hace varias décadas, pero sin un proyecto específico de gobierno más allá de la perpetuación de las viejas recetas económicas del llamado "Consenso de Washington", una política de alianzas dictada por la debilidad y el oportunismo y un plan de lucha contra la delincuencia delirante e incoherente, diseñado para ganar puntos de popularidad en las encuestas más que para restaurar la seguridad pública y el estado de derecho. Con ese arranque, incluso si las circunstancias hubiesen sido menos desfavorables, habría resultado inevitable que el calderonato llegara a la mitad del sexenio con directrices agotadas y sin capacidad (la voluntad ya es lo de menos) para renovarlas. El Ejecutivo federal no tiene mejor idea para enfrentar la crisis económica ("presidente del empleo", ja, o mejor dicho, snif) que minimizar su magnitud y sus impactos; quiso utilizar a los priístas y terminó derrotado por ellos; jugó a ser el paladín contra el crimen y acabó hundiendo al país en un baño de sangre al que no se le ve salida ni término, por más que el discurso gubernamental se empeñe en presentarnos cada nuevo montón de cadáveres como prueba de que está ganando la lucha a la delincuencia.
Leer Nota AQUI