La voz de Silvio Rodríguez parecía tener un poder enigmático tan social, amoroso y seductor, que mantuvo al público mexicano de pie, aplaudiendo y gritando su nombre sin moverse de sus butacas, aun después de lo que parecía el final de un recital de dos horas y ya sin él sobre el escenario.
Sin embargo, la fuerte petición de sus fans logró su cometido siete ocasiones e hizo que el cantautor cubano regresara una y otra vez, con pausas más alargadas, a cantarle a las diez mil personas que se dieron cita en el Auditorio Nacional y que lo ovacionaron durante largos minutos la noche del domingo.
Con tranquilidad Silvio alargó su estancia media hora para interpretar temas como Ojalá, ¡Oh, melancolía!, Sueño con serpientes, Expedición, El dulce abismo, La canción de la trova e Historia de la silla, sin frases extras o escenografías lujosas: sólo él, su guitarra y sus dos compañeros de viaje, el poeta Roberto Fernández Retamar y el guitarrista Rashid López.
“Hoy me propongo fundar un partido de sueños”... fue el primer enunciado del tema de apertura, Ala de colibrí, tras el que Fernández reveló algunos versos, siempre intercalados entre cada una de las 19 canciones que hicieron corear, enamorar e incluso llorar al público, que gritaba emocionado en cada acorde, como sucedió con Pequeña serenata diurna.
“México, este es un recital de poesía y canciones con el que tengo el privilegio de estar con este gran poeta cubano que es Roberto Fernández Retamar. Este concierto lo hicimos hace unos meses en la Casa de las Américas y fue muy lindo.
“Lo traemos a México excepcionalemente. Quizá lo hagamos otra vez, pero en pocas ocasiones. Este es un concierto como en la sala de una casa”, fueron las únicas palabras del trovador en el recital.
De boina, lentes, jeans, saco negro y tenis blancos, Rodríguez sólo agradeció con la mirada, las palmas en el pecho y la tranquilidad de su andar el agradecimiento del público que gritaba “te amo” y “gracias”, luego de temas como Te doy una canción, El gigante, En estos días, La gota de rocío y Mujeres, Canción del elegido, Playa Girón y Mi unicornio azul, entre otras, que hicieron que la velada lluviosa fuera una noche de trova.
Sin embargo, la fuerte petición de sus fans logró su cometido siete ocasiones e hizo que el cantautor cubano regresara una y otra vez, con pausas más alargadas, a cantarle a las diez mil personas que se dieron cita en el Auditorio Nacional y que lo ovacionaron durante largos minutos la noche del domingo.
Con tranquilidad Silvio alargó su estancia media hora para interpretar temas como Ojalá, ¡Oh, melancolía!, Sueño con serpientes, Expedición, El dulce abismo, La canción de la trova e Historia de la silla, sin frases extras o escenografías lujosas: sólo él, su guitarra y sus dos compañeros de viaje, el poeta Roberto Fernández Retamar y el guitarrista Rashid López.
“Hoy me propongo fundar un partido de sueños”... fue el primer enunciado del tema de apertura, Ala de colibrí, tras el que Fernández reveló algunos versos, siempre intercalados entre cada una de las 19 canciones que hicieron corear, enamorar e incluso llorar al público, que gritaba emocionado en cada acorde, como sucedió con Pequeña serenata diurna.
“México, este es un recital de poesía y canciones con el que tengo el privilegio de estar con este gran poeta cubano que es Roberto Fernández Retamar. Este concierto lo hicimos hace unos meses en la Casa de las Américas y fue muy lindo.
“Lo traemos a México excepcionalemente. Quizá lo hagamos otra vez, pero en pocas ocasiones. Este es un concierto como en la sala de una casa”, fueron las únicas palabras del trovador en el recital.
De boina, lentes, jeans, saco negro y tenis blancos, Rodríguez sólo agradeció con la mirada, las palmas en el pecho y la tranquilidad de su andar el agradecimiento del público que gritaba “te amo” y “gracias”, luego de temas como Te doy una canción, El gigante, En estos días, La gota de rocío y Mujeres, Canción del elegido, Playa Girón y Mi unicornio azul, entre otras, que hicieron que la velada lluviosa fuera una noche de trova.
Te doy una canción y digo... ¡Patria!
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