“¿A quién le importa la tortura policial?”, era el nombre de un artículo que se publicó en estas mismas páginas hace apenas dos días. Leerlo y sacudirse dentro de mí el torbellino de dolorosos recuerdos que guarda mi memoria fue todo uno.
Inicia el texto con la narración de algo insólito que sucedió en Monterrey: la proyección en el noticiario Telediario de aquella ciudad de “imágenes de policías municipales torturando a una persona con una tabla, en las celdas del municipio de Apodaca, Nuevo León”.
¡Con una tabla! Y brotó en mi mente el recuerdo de aquel jovencito de 22 años que llegó un día a mi puerta a entregarme el testimonio de lo que vio y sufrió en las instalaciones de la Dirección Federal de Seguridad (DFS, Circular de Morelia número 8, colonia Roma, DF), feudo terrorífico de Nazar Haro en aquellos años.
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Inicia el texto con la narración de algo insólito que sucedió en Monterrey: la proyección en el noticiario Telediario de aquella ciudad de “imágenes de policías municipales torturando a una persona con una tabla, en las celdas del municipio de Apodaca, Nuevo León”.
¡Con una tabla! Y brotó en mi mente el recuerdo de aquel jovencito de 22 años que llegó un día a mi puerta a entregarme el testimonio de lo que vio y sufrió en las instalaciones de la Dirección Federal de Seguridad (DFS, Circular de Morelia número 8, colonia Roma, DF), feudo terrorífico de Nazar Haro en aquellos años.