Ladillas
Diario del Intestino de Un Secretario de Hacienda – El Susto
Por el Lic. Mefistófeles Satanás
“¿Cómo está todo allá abajo?” preguntó el cerebro.
“La mierda tiene buena consistencia,” reporté.
“¿Ya no hay diarrea?”
“No. Tengo un tronco listo para pasárselo al culo. Y ya estoy procesando los cinco kilos de pan dulce del brunch.”
“La presión arterial es tolerable,” apuntó el corazón.
“Estamos vacios,” dijeron los riñones. “El gordo acaba de mear.”
Poco a poco se fueron reportando todos los órganos. Faltaba el reporte de Feli-pito, el pene, y Puk y Suk, los testículos.
“¿Feli-pito? ¿Puk? ¿Suk? ¿Están bien?”
Desde las profundidades se oyó la voz tipluda de Feli-pito. “Sin novedad excepto que tenemos un barro en el escroto. ¿No habría manera que el gordo se lo exprimiera?”
“Olvídenlo,” contestó el cerebro. “El gordo no se ha visto el escroto en años. Aguanten a que reviente solito. Escuchen todos, el gordo va a una junta muy importante en Los Pinos. El gabinete, Jelipe, y la cúpula del PRIAN se van a reportar con el Chupacabras en Dublin vía videoconferencia. No quiero ninguna sorpresa, nada de pedos espontáneos, o ganas de mear, o eructos, ¿entienden?”
“¡Jawohl mein Fuhrer!” dijo el estomago. Ese cabrón se las da de muy alemán porque el gordo tiene esa ascendencia. Dice que él podría haberle servido bien al Mariscal Goering, el cual comía igual que el gordo. Yo por mi parte respondí con un ‘ya estufas’.
El cerebro puso el video. El gordo bajó al bunker bajo los Pinos y se sentó frente a una mesota grande. En la pared había una pantalla chingona. Presentes estaban Pedro Picapiedra, la ardilla Fernández de Cebollas, don Beltrone, Pancho Rojas, Uña Nieto, Betty la Gorda, y la Chucky. Faltaba Jelipe.
“¿Onde está Jelipe?” preguntó la Chucky.
“Está jetón de borracho,” le dijo la ardilla.
“Ya lo trae Mambru,” anuncio Pedro Picapiedra indicando hacia la escalera. En efecto, Mambru Sefuealaguerra, el encargado de la SEDENA, traía a Jelipe bajo un brazo. El etilente estaba en piyama y apestaba a alcohol.
“¡Esto es vergonzante!” dijo don Beltrone con voz indignada. “¿Qué va a decir el patroncito pelón de Dublin si lo ve ansina?”
“Perenme tantito,” dijo Mambru. Sacó una bolsa de plástico llena de talquito. Se puso una pizca en una uña y sostuvo esta bajo la nariz de Jelipe. Este la aspiró por instinto y abrió los ojos de inmediato.
“¡Puta madre!” dijo el etilente.
“Es sin cortar, Medellin Golden, de la buena,” le murmuró la ardilla al gordo. “Se la suple el Chapo.”
En la pantalla aparecieron varios logotipos: Taravisa, el símbolo del osito diabólico, y finalmente el escudo tricolor del PRI. Se vio entonces al Chupacabras. Portaba la banda presidencial. Atrás de él estaba un busto de Colosio en un pedestal.
“Bon giorno, padrone,” dijo don Beltrone poniéndose de pie y haciendo una caravana exagerada. Lo mismo hizo el resto de los asistentes.
“Siéntense señores,” dijo el Chupacabras. Mambru sentó a Jelipe en su rodilla como si fuera un muñeco de ventrílocuo.
“Mio caro padrone…” empezó a decir don Beltrone. El Chupacabras alzó una mano. El gesto era adusto.
“Señoras y señores, yo no pensaba que iba a tener que hacer control de daños tan súbitamente. ¡Están colmando mi paciencia, carajos!” El puño del Chupacabras golpeo en su escritorio y la cámara tembló. Atrás de él, el busto de Colosio se tambaleo.
Se hizo un silencio sepulcral.
“A ver, Quiquito,” dijo el Chupacabras.
Uña Nieto se puso de rodillas frente a la pantalla. “Diga oste patroncito…”
“Que quede claro, Quiquito, la próxima vez que vayas a tener una entrevista que no sea con Taravisa asegúrate que te den las preguntas antes. De plano te vistes rete pendejo en esa entrevista con Jorge Ramos. No sabias ni de qué diablos murió tu mujer. Esta es tu última advertencia, ¿entiendes?”
El busto de Colosio finalmente se cayó de su pedestal. El Chupacabras ni se inmutó y veía a Quiquito con una mirada similar a la de un tiburón viendo las patas de un chilango en la bahía de Acapulco durante semana santa. Uña Nieto se paró dándose golpes de pecho y murmurando disculpas. El copetón estaba todo pálido y había un olor a mierda que indicaba que se había cagado. No era para menos.
Luego la voz del Chupacabras se volvió a oír: “Aguspig.”
“¡Párense patas!” ordenó el cerebro. La presión arterial comenzó a subir. El gordo empezó a sudar chorros. Todo el tablero se me iluminó y pare el proceso digestivo de emergencia.
“¡Achtung! ¡Alarm! ¡Raus!” gritaba el estomago mientras cerraba el píloro como si estuviera a bordo de un submarino y cerrara compartimientos estancos. Las alarmas sonaban. Muy abajo oímos las voces tipludas de Feli-pito y los huevos que empezaron a decir un rosario.
“Oste dirá patroncito,” dijo el gordo con voz trémula.
“¡Muestra más respeto, dumbkopf!” insistió el estomago.
“¡Me voy a abrir cabrones!” amenazó el culo. Cagarse de miedo es una reacción natural.
“¡Aguanta culo por favor!” le suplique.
“¡Por mi culpa! ¡Por mi culpa! ¡Por mi grande culpa!” rezaban Feli-pito y los huevos.
“¡Cálmense cabrones!” ordenó el cerebro pero el miedo nos había poseído.
“¡Gott im Himmel! ¡Achtung! ¡Se está formando una ulcera!” anunció el estomago.
El cabrón del culo tenía entonces que salir con sus mamadas: “Oigan, si Aburto le da un plomazo al gordo y le declaran muerte cerebral, ¿nos van a mantener vivos artificialmente?”
“¡No seas culero, culo!” le respondí.
“Seamos realistas,” insistió el culo. “El cerebro es el único órgano del que puede prescindir el gordo. Casi no lo usa. Yo pienso que si Aburto le da un plomazo en la testa no hay purrun. Con tal de que no se lo de en la cola, digo…”
Ante eso, el cerebro perdió el control y se sulfuró: “¡Eres un violento! ¡Naco! ¡Morboso!”
“¡Schwein! ¡Ya no hay video o audio!” nos advirtió el estomago. Se había botado un fusible por la presión arterial y el enojo del cerebro.
“¡Por Dios cállense!” suplicó el cerebro mientras restablecía el video y el audio.
Se oyó la voz del Chupacabras. “Aguspig, nada más para pedirte que lo que saquen del dos por ciento te asegures de que se vaya a un guardadito. Servirá como fondo para Quiquito o quien lo reemplace en el 2012, ¿entienden?”
Se oyó a Quiquito gemir. No le gustó eso de “o quien lo reemplace” .
“¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar!” le murmuró don Beltrones cruelmente.
“Por supuesto, patrón,” contestó el gordo. “Lo ordeñaremos de Oportunidades y otros rubros hacia un fideicomiso en las Cayman.”
“No quiero saber los detalles, Aguspig,” dijo el Chupacabras alzando una mano. “Ansina los renegados no me pueden acusar de nada. Es lo que Reagan llamaba ‘plausible deniability’.”
“¡Genial, patroncito, genial!” dijo el lambiscón de don Beltrone.
“¡El patroncito es mucha pieza!” se apresuró a decir Betty la Gorda.
“¡Guapo!” le gritó la Chucky casi aventándole un calzón al pelón.
“Yo me encargare de todo, patroncito chulo,” dijo el gordo. “Oste no se preocupe.”
Con un ademan el Chupacabras dio por terminada la sesión y la pantalla se apagó.
Los asistentes se salieron del bunker. Quiquito, que estaba cagado, caminaba con dificultad y Betty la Gorda y don Beltrone se mofaban de él.
“¡Uf! ¡De la que nos salvamos!” dijimos los órganos con alivio. La presión arterial se fue normalizando poco a poco. Pobre gordo, pero no se rían, cabrones. El miedo no anda en burros y lidiar con un psicópata asesino como el Chupacabras asusta a cualquiera.