Para muchos es el terror colectivo y será absolutamente inevitable. Así que, desde esa perspectiva fatalista, trazan los más diversos escenarios: un baño de sangre en la mayor parte del país con enfrentamientos abiertos de grupos insurrectos y fuera de control contra fuerzas armadas militares y policiacas; asaltos a cuarteles, emboscadas, bombas y hasta secuestros; un poco al estilo de lo que ya nos ocurrió en los sesentas y setentas. Sus propios demonios de remordimientos los llevan a esperar lo peor: es que hay que reconocer que se nos pasó la mano.
Para otros no va a suceder absolutamente nada. Y cualquier pronóstico trágico es producto de interesadas maquinaciones febriles o trasnochadas calenturas izquierdosas: este país ya pagó sus cuotas de sangre con la Independencia y la Revolución, dicen; además, es verdad que las cosas están mal, pero no tan mal como para alzarse en armas; y lo más importante es que somos un país de dejados que ya nos resignamos a irnos jodiendo un poquito más cada día, casi sin sentirlo. |