Julio Pimentel Ramírez
Este 15 de septiembre se cumple una conmemoración más, la 198, de la Independencia de México, fecha emblemática en que cabría preguntarse qué festejamos con la singular “mexicana alegría” que externamos con pasión por todos los rincones de la Patria, cuando lo que queda de soberanía nacional se encuentra amenazada por los políticos neoliberales que detentan el poder y cuya identidad nacional es solamente de forma que, por lo demás, se encuentra impregnada de la cultura que viene del Norte y que han sumido al país en una convulsa crisis que pone en riesgo nuestro futuro como país..
La historia de la formación de la nacionalidad mexicana, en una tierra multiétnica y multicultural, ha sido azarosa y dolorosa, llena tanto de capítulos heroicos como vergonzantes, luminosos como oscuros, ciclo durante el cual las diversas clases gobernantes y la movilización social en las etapas agudas de confrontación, han sido incapaces de forjar una sociedad equilibrada y justa, verdaderamente democrática.
La contradicción social ha estado presente desde el inicio mismo de México como nación formalmente independiente: después de una heroica gesta en la que al lado de las masas desposeídas lucharon ilustres criollos que ofrendaron sus vidas por el surgimiento de la nación mexicana, en 1821 se concreta la Independencia mediante el Plan de Iguala, pacto entre lo que quedaba de las masas insurgentes con los criollos propietarios de tierra respaldados por la Iglesia Católica.
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