Carlos Fazio
¿Quién puede condenar la violencia en general sin contradecirse? Ante los pogromos de palestinos en Gaza, esa vieja pregunta, repetida en diferentes épocas, queda hoy de nuevo sin respuesta. En nuestras sociedades capitalistas de caos, exclusión y muerte, no es dable una valoración única de las diferentes formas de violencia y de todos sus responsables por igual en todo tiempo y lugar. Huelga decir que existe mucho cinismo, y una doble moral convenenciera que ha trocado en estupidez y complicidad muchas mentes lúcidas, que en la coyuntura se refugian en sofismas o han guardado un silencio profundo, legitimador, ante la barbarie genocida de la operación Plomo Fundido ordenada por las autoridades políticas y militares del Estado de Israel en los territorios árabes ocupados.
“Bárbaro –dice Tzvetan Todorov– es quien niega a otro la plena condición humana. Cometiendo actos bárbaros no se defiende la civilización contra la barbarie: se capitula ante ella haciéndola legítima” (ver Antonio Muñoz, “Una conversación”, “Babelia”, El País, 1º/11/2008). Al respecto, el diario conservador Times, de Londres, consignó que en su actual guerra de exterminio y limpieza étnica infinita, el ejército de ocupación israelí está utilizando proyectiles que contienen napalm y fósforo blanco, armas incendiarias prohibidas que provocan mutilaciones y quemaduras mortales en niños, mujeres y ancianos hacinados en Gaza, convertida en un gran campo de concentración y dividida por Israel en guetos o bantustanes tipo apartheid. También se ha divulgado el uso de bombas de racimo y de un nuevo tipo de armas denominadas Explosivos de Metal Inerte Denso (DIME), hechas con una aleación de tungsteno. Sin duda, métodos dignos de los nazis en sus acciones más brutales.
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